El poeta y la rana

llega ese día, aquí les dejo el poeta y la rana, que lo disfruten y nos vemos el próximo año]

Érase una vez un hombre que estaba loco y se volvió poeta, que escribió la colección de poemas más hermosos que hayan existido y que todo, todo lo escribió sin tinta.

Un día el poeta tomó su libro, donde escribía sin tinta y decidió irse al bosque cansado de la ciudad y abrumado de la cotidianidad de su vida. Caminando cabizbajo no se percató de que el camino del bosque había desaparecido y continuó sin saber que se había perdido en la inmensidad. Así, siguió su andar un largo rato hasta que vislumbró un pequeño claro y en él una piedra, se acercó despreocupado hasta ella y se sentó, sacó de su bolsillo una flauta, la acomodó en su boca y comenzó a soplar un ruido terrible y lento; el poeta apenas lograba ejecutar alguna nota, pues él era poeta y no flautista, pero con la soledad del bosque y la tranquilidad del claro le pareció que era buen lugar y momento para practicar un poco esa arte desconocida para él. Después de un largo rato de no armonizar escuchó una dulce vocecita:

[Éste es el cuento que originalmente pensaba publicar la vez que me tocó escribir en HD-B en el capítulo 3, es de el mismo protagonista, el poeta que escribe sin tinta, sólo que esta es otra de sus aventuras. Un cuento que improvisé hace algunos meses, ahora que lo transcribí y lo releí quinientas veces, lo encuentro muy ñoño, pero tiene una razón por la cual se escribió y quizá un día les explique todos los símbolos que utiliza, pero mientras llega ese día, aquí les dejo el poeta y la rana, que lo disfruten y nos vemos el próximo año]

Érase una vez un hombre que estaba loco y se volvió poeta, que escribió la colección de poemas más hermosos que hayan existido y que todo, todo lo escribió sin tinta.

Un día el poeta tomó su libro, donde escribía sin tinta y decidió irse al bosque cansado de la ciudad y abrumado de la cotidianidad de su vida. Caminando cabizbajo no se percató de que el camino del bosque había desaparecido y continuó sin saber que se había perdido en la inmensidad. Así, siguió su andar un largo rato hasta que vislumbró un pequeño claro y en él una piedra, se acercó despreocupado hasta ella y se sentó, sacó de su bolsillo una flauta, la acomodó en su boca y comenzó a soplar un ruido terrible y lento; el poeta apenas lograba ejecutar alguna nota, pues él era poeta y no flautista, pero con la soledad del bosque y la tranquilidad del claro le pareció que era buen lugar y momento para practicar un poco esa arte desconocida para él. Después de un largo rato de no armonizar escuchó una dulce vocecita:

—Tú no eres músico, ¿por qué portas una flauta? —el poeta consternado miró a su alrededor y sólo veía la inmensidad de bosque.

—Te hablo a ti, dime, ¿por qué tienes una flauta si tú no eres músico? —el poeta se puso de pie, caminó un poco y no vio nadie.

—¡Aquí, aquí! —entonces el poeta miró hacia la piedra donde hace unos segundos se encontraba sentado, se encontró nada más y nada menos que a una rana muy pequeña y verde; de ese verde intenso y amazónico, con una línea negra en cada costado, unos ojos grandes y amarillos. El poeta se acercó y se inclinó para mirarla con más detenimiento.

—Buenas tardes, rana del bosque —dijo cortésmente el poeta.

—Dime ¿por qué tienes una flauta si no eres músico? —volvió a insistir la rana.

—Pues, soy un aficionado y trataba de practicar mis habilidades musicales, pero son nulas.

La ranita frunció una ceja y levantó la otra, con una mirada de desconcierto y de incredulidad le volvió a preguntar:

—¿Por qué tienes una flauta?

—Porque la he adquirido en uno de mis viajes.

Entonces la rana dio un enorme salto hasta el hombro del poeta, él desconcertado se movía y la ranita saltaba de un hombro a la cabeza y luego al otro hombro y de regreso a la cabeza, a la espalda, al hombro, a la cabeza… el poeta sólo se sacudía tratando de atrapar y apaciguar a la rana. Todo fue vano hasta que la rana se postró sobre el hombro del poeta.

—Yo soy una rana musical, y si quieres, puedo enseñarte a tocar la flauta —dijo la ranita cerrando los ojos y adoptando una pose de orgullo con una enorme sonrisa, el poeta hizo un gesto de sorpresa y sonrió mientras decía:

—¿Ah, sí? me parece una excelente idea —entonces la rana saltó de nuevo sobre la cabeza del poeta y le dijo:

—Muy bien, ahora coloca la flauta de manera adecuada sobre tu boca —el poeta tomó la flauta y la llevó a su boca, la ranita de inmediato le dio un coscorrón.

—¡No, no, no! así no, debes tomar la flauta suavemente, con delicadeza, como si fuera a romperse, pero con firmeza como si fuera a caerse —el poeta dio un suspiro, sacudió los hombros, movió los dedos e hizo un gran esfuerzo, se acomodó la flauta llevándola de nuevo a su boca, ya acomodada la flauta la rana le dijo:

—Ahora respira hondo y sopla —entonces el poeta dio un enorme respiro, cerró los ojos y comenzó a soplar. En ese mismo instante la ranita se colocó firme sobre su cabeza y comenzó a brillar, los dedos del poeta comenzaron a moverse como el más virtuoso músico que jamás se haya escuchado; la ranita levantaba y bajaba sus patitas redondas sobre la cabeza del poeta y a la par los dedos del poeta se movían automáticamente, una hermosa melodía salía disparada por la flauta, después de unos minutos los sonidos cesaron y el brillo de la rana se apagó.

El poeta abrió los ojos, atónito y con una enorme sonrisa dijo:

—Increíble, en verdad eres un gran músico, o una gran música, o una gran ranita musical.

—Yo te lo dije —decía la ranita a la vez que se sentía de nuevo orgullosa parada sobre la cabeza del poeta.

La ranita saltó de nuevo al piso y luego a la piedra —pero ¡¿que ha pasado?!— dijo el poeta desconcertado al ver a la ranita ahora de un morado impresionante, con finos brillitos azules y las patitas traseras con unos destellos de un rojo violáceo. La ranita tomó de nuevo su pose firme y galante, cerrando los ojos y alzando los hombros dijo:

—¿No soy acaso la rana más hermosa que hayas visto jamás?

—Sin duda —respondió el poeta— la más hermosa y maravillosa que he visto en mi vida entera. Pero enséñame a tocar, quiero tocar contigo las melodías más hermosas, y profundas, anda, acompáñame.

—¿Pero dime tú qué puedo yo aprender de ti? —dijo la rana mientras daba un salto hasta el hombro del poeta.

—Yo soy un poeta que escribe sin tinta y puedo llevarte a conocer todas esas cosas que no hay en este bosque; puedo llevarte a la luna, al eterno instante del calor nocturno de las sabanas, a la lluvia interna de los cuerpos; puedo enseñarte un mundo diferente al bosque, quizá no uno mejor, pero a veces más bello.

Y la ranita gritó emocionada —¡a la luna, a la luna!— y el poeta respondió:

—A la luna será —tomó a la ranita en sus manos y le dijo:

—Para ir a la luna es preciso soñar despierto, sentir la marea nocturna que te llevará hasta allá —la ranita no sabía de qué hablaba el poeta y lo miraba con una cara de desconcierto total.

—Primero hay que esperar la noche —dijo el poeta, se sentó cruzando los pies y con la ranita en las manos

—¿Falta mucho para la noche? —preguntaba la ranita en un tono impaciente.

—Falta lo que tiene que faltar, no apresures a la luna, ella siempre llega cuando tiene que llegar —respondió el poeta mientras se tumbaba sobre el pasto y acomodaba a la ranita en su pecho, sobre su corazón.

—Dime, ranita, ¿alguna vez has besado para llegar a algún lugar? —preguntaba el poeta mientras acomodaba su libro como almohada.

—¿Besar? —dijo la rana con esa cara de desconcierto que la caracterizaba.

—Sí, besar.

Decía el poeta mientras miraba como se oscurecía poco a poco el cielo —besar para llegar a algún lugar desconocido; es como si entregaras todo tu ser en una sola saliva y la mezclas con otra que se entrega a ti, entonces se hacen uno y se van, se van a donde nadie los alcance.

—¿Y así se llega a la luna? —preguntó la ranita mientras daba saltitos para acercarse al rostro del poeta.

—Nunca he estado ahí, pero he escuchado que así se llega, además de que… nadie jamás ha querido ir conmigo.

—¡Yo! yo quiero ir, yo quiero ir contigo —decía la rana mientras brincaba en un mismo lugar emocionada, mientras el poeta la miraba y sonreía, la ranita comenzó a cambiar su color en un rojo rosado y dejó de saltar escondiéndose detrás de la ropa de poeta.

—No me mires así… —decía la ranita mientras se asomaba ligeramente por un costado.

—No tengo otros ojos más que los míos para mirarte —decía el poeta, la ranita interrumpió:

—Ya vamos a la luna, ya oscureció y ya la veo, mira mira, ahí está —dijo la rana en un súbito cambio de humor y saltos.

—Esta bien pues, entonces sólo hay que besarnos, y… si todo lo que he escuchado es cierto, llegaremos a la luna —dijo el poeta acomodándose un poco sobre el pasto.

—¿Y cómo es eso? —decía en un tono impaciente mientras brincaba y no apartaba la vista de la luna.

—!Así! —dijo el poeta en el mismo instante en que en un repentino movimiento besó a la ranita en la boca.

La ranita cambio de colores una y otra vez, azul, rojo, morado, guinda, verde, amarillo; verde con motitas rojas, amarillo con líneas guinda, miles y miles de colores que alumbraban por igual el rostro del poeta, de repente, la ranita se tornó blanca completamente blanca y comenzó a desprender una luz que poco a poco iba cegando a los posibles espectadores escondidos en el bosque; una esfera de luz blanca los envolvió y comenzó a subirlos por el cielo, el claro del bosque quedó vacío, sólo permanecieron un libro y una flauta en el piso junto a la piedra.

El tiempo transcurrió lento para ellos, una luz que brillaba como estrella era lo único que podía percibirse en el cielo. Después la luz dejó de brillar, ahí estaba el poeta que ya no se veía como un poeta ni como un hombre loco, ya no tenía esas ropas extrañas, ahora lucía un elegante atuendo blanco de seda galante y la ranita ya no era una ranita de bosque, era una mujer hermosísima de ojos almendrados y piel morena con un vestido blanco de corte largo, de cabello rizado recogido por un prendedor plateado en forma de rana y con unos brillos en la sien. Entonces el beso terminó y ambos abrieron los ojos y se miraron como jamás habían mirado a nadie y se reconocieron cada uno en el reflejo de la pupila del otro y se enternecieron y sonrieron y se amaron…

Se dice que desde ese día, el poeta dejo de ser poeta y fue feliz, y que la rana dejo de ser rana y se hizo mujer, y todo aquel que quiere volverse poeta sabe que los versos dedicados a la luna siempre van acompañados de una hermosa melodía que los mortales llaman amor.

6 opiniones en “El poeta y la rana”

  1. me grado el cuanto estabien de repente hacer varios capitulos con los mismos personajes,

    aprovecho para deserte un feliz año nuevo …que este 2009 se te cumpla todo lo que te propongas.

  2. Yo coincido con Nacho, pero lo bueno, es que acá te puedo leer sin broncas.

    Un abrazo bien apretado y que el año próximo sea el mejor año de tu vida.

    See you later HB.

  3. seguro que todos tenemos algo de poetas, algo de locos, hemos topado con ranas o renacuajos y entre la imagineria y los relatos y este mundo… colectivo o no… es grato leernos

    a veces me tope contigo en situaciones jocosas y maravillosas
    sin duda, hoy me sorprende que eres un cuate completo y nada predecible…
    Buen año yair… solo vine a desearte un buen año para ambos…

  4. Órale, muy chingón. Creo que voy a llorar (no es cierto (lo de voy a llorar, no lo de muy chingón)).

    Ahh, y , por supuesto, próspero 2009.

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